sábado, 29 de junio de 2013

Hannah en Jerusalén




Más tarde o más temprano me tenía que topar con Hannah Arendt. Los que me conocen saben de mi interés por la Segunda Guerra Mundial y por sus derivados, el nazismo, el stalinismo, la lucha de las democracias, etc. Supongo que esta fijación empezaría en la infancia viendo los filmes sobre este confuso período en el que los boys de Oklahoma se imponían sobre torticeros alemanes y fanáticos japoneses. Por supuesto, el crucial papel de los soviéticos en la destrucción de la maquinaria hitleriana se obviaba por gentileza de la Guerra Fría. Este punto militarista infantil se matizó con la edad, cuando uno se dio cuenta de que aquel conflicto fue mucho más que Errol Flynn ganando la guerra con una sola mano, como se burlaban sus contemporáneos. La fascinación por los desembarcos se trasmutó en interés por saber como una sociedad puede llegar a ese conflicto, o a dejar que gente como Stalin o Hitler impongan sus reinados de terror. Y en el punto de vista humano y social, las consecuencias morales de un gran drama donde la supervivencia y la cobardía, la abnegación y el valor, las decisiones que tenemos que tomar en momentos extremos y que condicionan nuestro futuro y nuestra percepción de nosotros mismos, nos marcan para siempre. El caso es que anoche volví a reencontrarme con Hannah Arendt al ver la película que le ha dedicado Margarethe Von Trotta, y esto ha derivado en este post.

Así que era inevitable mi descubrimiento de la señora Hannah Arendt, de la que sabía tenía un libro mítico, Eichmann en Jerusalén, que hace unos años fue publicado en versión bolsillo y compré inmediatamente solo verlo en un expositor. Arendt fue una judía alemana nacida en 1906 que desde niña mostró una gran voracidad por la Filosofía. Se cuenta que a los 14 años se había leído la Crítica de la razón pura de Kant. Con estos antecedentes no es extraño que fuese a la universidad a estudiar esta materia, donde tuvo a profesores tan principales como Heidegger –con el que tuvo una relación sentimental-y Jaspers. Tras doctorarse, la llegada del nazismo la obligó a marcharse, primero a Francia, y luego a Estados Unidos, donde acabaría nacionalizándose. Esta nueva diáspora judía motivada por el hitlerismo la llevo a reflexionar sobre la cuestión del antisemitismo, que centró su actividad. Fruto de ello, y tras una larga elaboración publicó su fundamental ensayo Los orígenes del totalitarismo en 1951. Es una densa obra –al fin y al cabo la formación de Hannah Arendt era de la rigurosa escuela filosófica alemana- donde desarrollaba innovadoras teorías que vinculaban el ascenso del racismo a partir del siglo XIX a la hipertrofia del capitalismo y del imperialismo, que degeneraban en los movimientos nacionalistas y de defensa de la pureza racial. Hasta este libro, se consideraba que el racismo y el nacionalismo, que suelen ir unidos, eran muestras de mentalidades medievales, pero Hannah Arendt defendía que por el contrario era un sentimiento moderno, derivado de la desestructuración social que derivaban de los modos de producción capitalistas.  El impacto de este libro le procuró una plaza de profesora en una universidad estadounidense.

Pero la gran fama de la filósofa –aunque a ella no le gustaba que la identificasen como tal, se veía más como una socióloga- empezaría en mayo de 1960, cuando un comando del temible Mossad israelí localizó y secuestró en Argentina a Adolf Eichmann, uno de los criminales nazis más buscados. Trasladado al estado hebreo, fue juzgado al año siguiente en un proceso eterno y sentenciado a muerte, siendo ahorcado dos años después de su detención. Arendt se acreditó por la revista New Yorker para asistir al juicio de Eichmann en Jerusalén. Sus jefes esperaban una serie de artículos periodísticos, pero ella hizo otro denso trabajo que luego sería publicado como libro bajo el título Eichmann en Jerusalén. Fue una obra polémica por varias razones. Para empezar, los que esperaban ver a un monstruo quedaron bastante decepcionados. Eichmann era un hombrecillo con más pinta de empleado bancario pillado con un descuadre de cuentas que un genocida. La puesta en escena del proceso ayudó. El acusado se escudaba ras unas gafas y un anodino traje de los domingos y el verlo encerrado en una jaula de cristal antibalas ayudó a rebajar la sensación de que allí había un criminal. Youtube está lleno de vídeos sobre el juicio, incluso sesiones enteras, aunque por desgracia no encuentro nada subtitulado al castellano. Al final de este párrafo incrusto uno para que se hagan una idea de cómo fue el proceso, aunque si tienen dos horas y no les importa el tema de los idiomas, lo mejor es ver el excelente documental de montaje que Rony Brauman y Eyal Sivan realizaron sobre el asunto. Eichmann se escudó en el consabido “yo cumplía órdenes”, cantinela habitual en los nazis juzgados, pero Hannah se dio cuenta de que en su caso podía ser verdad. El procesado era lo que se llama un cuadro medio, no era uno de los grandes líderes como los que se sentaron en Nüremberg, pero era alguien sin el que toda la maquinaria del Holocausto no hubiera funcionado. No pasó de ser un teniente coronel de las SS, pero se ocupó de toda la parte logística de la matanza. Eichmann y sus subordinados eran los que se ocupaban de los “recursos humanos”, de hacer las listas de los judíos presentes y ausentes en las zonas que se habían decidido “limpiar” y eran los que organizaban los transportes de la muerte. Otros tomaban en Berlín las “decisiones intelectuales”, pero el departamento de Eichmann se encargaba de hacerlas prácticas. En su libro, Hannah Arendt defendía que podía ser cierto que el hombrecillo en la jaula de cristal podía cumplir órdenes y no tener un interés especial en matar judíos. Tal vez ni siquiera era antisemita, como defendía en su juicio. Simplemente, era un eficaz burócrata que le tocó eso como podía haberle tocado supervisar la producción de carbón.





Esta tesis era muy escandalosa en su época, más expresada por una judía, ya que rompía el consenso sobre la maldad intrínseca del nazismo, vistos todos como los personajes caricaturescos de las películas de Hollywood, sádicos y pidiendo su ración de sangre hebrea en cada fotograma. La idea de que los autores del holocausto ni siquiera tenían una manía especial a sus víctimas era intolerable para lo que empezaba a ser los que Daniel Filkenstein llamaría “La industria del Holocausto”. Además, era rebajar la importancia del judaísmo. Si los autores de las matanzas eras simplemente eficientes burócratas que hacían lo que tocaba y no furibundos antisemitas, el factor específicamente hebreo no jugaba un papel tan importante. A un estado siempre en entredicho y rodeado de enemigos como el de Israel le venía –y le viene-muy bien la teoría del odio secular a su pueblo para mantener sus políticas. Sin embargo, esta polémica impidió ver lo inquietante de la formulación de la teoría de Hannah Arendt. En las sociedades actuales, es factible un proceso de despersonalización tal de las decisiones que la responsabilidad se pierde. Eichmann defendío en su proceso que él no tenía nada que ver con el Holocausto porque su papel era hacer las antilistas de Schindler y meterlos en los trenes, lo que le pasaba a los “viajeros” una vez llegados a su destino no era asunto suyo. La especialización de los cometidos hace que siempre se pueda echar la culpa a otro. La creación de capas intermedias entre el que toma la decisión y el que la ejecuta hace que se difumine todo y que la gente se sienta psicológicamente liberada de culpa al estar en estructuras complejas. Eichmann es un genocida, pero nunca mató a nadie personalmente. Las decisiones las toma “Berlín”, el “gobierno”, los “mercados”, “Hacienda”, la “Casa Blanca”,etc, pero nunca nadie con nombres y apellidos. El espíritu de los hombres grises tipo Eichmann sigue viviendo hoy en día. En el jefe de recursos humanos que cumple órdenes de la “empresa”  y ejecuta los despidos, en el empleado de Banca que clava a un anciano analfabeto una preferente porque “la directiva” lo quiere, en el funcionario que trabaja en un plan de recortes sociales porque el “gobierno”, los “mercados” y “Bruselas” lo exigen. Seguro que ninguno de estos tiene nada contra sus objetivos, pero hay que hacerlo porque toca. Esto es más terrorífico que las barbaridades motivadas por la ideología. Un sistema demencial y antihumano servido por gente despersonalizada.




Todo esto lo sintetizo Hannah Arendt en una frase que hizo fortuna, la banalidad del mal. Para ejecutar canalladas sociales no hace falta Hannibal Lecter, sino Adolf Eichmann, gente gris dispuesta a hacer lo que haga falta sin motivaciones personales ni especial odio. El doctor Lecter siempre sería un asesino en cualquier circunstancia, pero los Eichmann podrían vivir toda su vida sin romper un plato si las circunstancias de la vida no les pusiesen en ese brete. De hecho, es sorprendente como muchos criminales de guerra nazis menores escaparon de la justicia de la posguerra y luego llevaron una vida absolutamente anodina, sin ningún tipo de violencia, que deberían haber ejercido si hubiesen sido unos psicópatas como pretendían los judíos. La enfermedad estaba en los sistemas, no en los individuos. Eichmann en Jerusalén fue polémico por otras cuestiones. La autora sacó a colación el papel de los judíos europeos en su propia destrucción y contaba el dudoso papel de los consejos judíos, una buena muestra de la perversión nazi para con sus víctimas. En la fase de los ghettos, estos consejos eran como un órgano de autogobierno y un intermediario con las autoridades alemanas, pero fueron una fuente de corrupción. Sus integrantes pensaban que salvarían la vida si colaboraban con sus verdugos y dejaban caer a sus compatriotas. Además, muchos aceptaron sobornos de sus vecinos para que les dejasen fuera de las listas. Al final, estos consejos lo único que consiguieron es ser los últimos en ser deportados al campo de exterminio correspondiente. El que la filósofa lo sacase a la luz era otra ruptura del consenso judío como corderitos inocentes y le generó muchas enemistades. Por cierto, que al escribir esto me acuerdo de ciertos despidos recientes que me tocaron muy de cerca. También hubo un equivalente al consejo judío que creyeron  librarse con sus maniobras. Temo que serán los últimos en ir a la cola del INEM.


Curiosamente, sus correligionarios no supieron darle la sal en un aspecto en donde sí estuvo de acuerdo con ellos, como era la legitimidad del estado de Israel para juzgar a Eichmann. Muchos la cuestionaban, ya que el país no existía en la época del Holocausto, además de arrogarse una defensa de la judeidad universal que no era universalmente compartida ni por toda la comunidad hebrea. No dejaba de ser discutible que un país formado por las víctimas y sus herederos juzgasen a sus verdugos. Es como si un hijo juzgase al asesino de su padre, algo inadmisible en cualquier derecho que se precie. A pesar de su eterna duración, todos tenían claro que el juicio a Eichmann era una farsa, un acto propagandístico pues la sentencia estaba ya firmada de antemano (a ver quién era el valiente que lo iba a dejar libre por un defecto de forma, tendría que haber vuelto a la diáspora), por no hablar del expediente del secuestro en Argentina. Pero ni siquiera en esto la filósofa estuvo de acuerdo con los suyos, pues criticó que en el juicio de Jerusalén e hiciese hincapié en que era un delito contra la comunidad judía y no contra la humanidad en general, como se había hecho en Nüremberg. De hecho, el proceso de Eichmann fue clave en considerar que el gran crimen del nazismo era el perpetrado contra los judíos obviando a otras grandes víctimas del hitlerismo. Gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, y sobre todo, los eslavos, que murieron a millones, y eran blanco de exterminio igual que los hebreos, quedaron preteridos hasta tiempos recientes, en que los historiadores revisionistas están poniendo las cosas en su lugar. El que los eslavos estuviesen cuarenta años al otro lado del Telón de Acero no ayudó a su causa.


Admiro el libro de Hannah Arendt –de hecho la escritura de este post me están provocando unas ganas irresistibles de releerlo- y creo que puso el dedo en la llaga del peligro de la despersonalización de las estructuras modernas, a las que el neocapitalismo salvaje está llevando a su siniestra perfección. Pero personalmente, creo que subestimó varias cosas. Si ven la foto de Eichmann en su momento de gloria que acompaña a este párrafo, verán una chulería y arrogancia impropias de un hombrecillo, en la firmeza de  la mirada y la determinación que muestran los labios apretados. El Eichmann que Jonathan Little pergeñó en su sobrevalorada novela Las benévolas va en esa línea. Y hay algo que rompe la figura de Eichmann como un probo funcionario, como fue el caso de los judíos húngaros. Al final de la guerra, cuando ya estaba claro que Alemania la había perdido, con los soviéticos acercándose a Budapest, el teniente coronel de las SS puso un empeño excesivo en llevarse a los judíos húngaros a sus destinos letales. Incluso usó su autoridad para parar los vitales trenes militares y dejar las vías libres para sus transportes de la muerte. Mucho protagonismo para un hombre gris. Incluso viendo las grabaciones del juicio de Jerusalén, a veces su mirada adquiere una curiosa dureza, como si dentro durmiese una fiera. A lo mejor los hombres grises mientras dura su momento de poder se transmutan y aparece algo que desaparece con la circunstancia que les impulsa.



Lo que si me queda claro, y no es por pasión alcancera, es que el documental es mejor que la ficción. Lo mejor de la película de Von Trotta que ha motivado este post son las imágenes reales del juicio de Eichmann, que se ve los israelíes han conservado como oro en paño. Ellas dan la fuerza a un film que parece un telefilme de sobremesa y desaprovecha las potencialidades de la historia. La banalidad del cine mediocre.




sábado, 15 de junio de 2013

El productor



En uno de esos blogs que deje abandonados en su momento en la red contaba la visita de Elías Querejeta a Alcances 2007, donde le dimos el homenaje. Lo escribí poco después de la misma, con lo que todo era fresco y recién producido, casi con la urgencia del dietario. Han pasado casi seis años (glups) de aquella experiencia, y ahora recién desaparecido el productor creó que toca recuperarla. Sin embargo, como este es un blog personal, lo que traducido resulta que tengo autolicencia para plantear las cosas a mi bola, no voy a recuperar aquel texto, que tengo grabado en Word, como todos estos posts. El objetivo no es fusilar lo escrito hace seis años –para ello lo volvería a copypastear- sino recordar aquella visita con la patina que da el tiempo. Sigue siendo para mí uno de los grandes momentos de mi época de director artístico de Alcances, por la categoría del personaje y por las vivencias. Han venido otros grandes nombres, aunque pocos a la altura de su leyenda. Recuerdo cierto prestigioso director que precisamente hizo un legendario dúo con Querejeta que fue una completa decepción, así que si se muere, igual opto por el silencio. Ni siquiera voy a leer aquel post, igual lo hago cuando el presente se halle convenientemente colgado y a su disposición. Supongo que las anécdotas que recuerdo ahora son las que ha tamizado el tiempo, y las sensaciones que hayan cruzado este río de años son las que valen.


Aunque habría que decir que la primera cosa que no nos esperábamos es que Elías Querejeta iba a morirse en la España de ‘La prima Angélica’. Cuando vino a Cádiz aún no había explotado la burbuja de los cullons, Zapatero nos hacía creer que otra sociedad –dependencia, alianza de las civilizaciones, memoria histórica, etc.- era posible y el mito de la sacrosanta Transición aún funcionaba. Ahora, ya se sabe, los confesores son los que dictan las políticas de los gobernantes y los obispos vuelven a lo suyo. Cuando más lo necesitábamos se nos muere, cuando el cine español que él tanto defendió y tanto representó en lo bueno y en lo malo está herido de muerte por los amigos de la Conferencia Episcopal. En lo bueno por su compromiso artístico y social, en lo malo porque demostró una vez más que nuestra industria fílmica depende más de francotiradores avanzados que de una planificación y de un sistema. Eso del compromiso no es una frase hecha en el caso de Querejeta. En los días del homenaje, alguien que no era de su círculo íntimo pero que trabajó con él me dijo que en tiempos de dificultades económicas no recortó a nadie de su personal, fieles escuderos que llevaban con él mucho tiempo. Y eso se notó en Cádiz. Vinieron con él al homenaje, y eran un grupo bien avenido. Elías era como el abuelo gruñón, objeto de burlas cariñosas por parte de los suyos. Recuerdo que le daban la brasa con el vestuario. Iba a subir al escenario del Falla con su sempiterno jersey, y ellos le tomaban el pelo con que debía vestirse elegante. No ganaron, por supuesto, ya que una marca de fábrica es una marca de fábrica. En todo caso, en estos tiempos mendaces de jefecillos que por salvar sus privilegios –dicen que es el miedo al paro, pero en realidad es el miedo a perder el status y convertirse en vulgares ciudadanos- traicionan a sus amigos de años, ese productor salvando  a su gente no dejaba de ser un ejemplo.



¿Qué fue lo que más me impresionó? La fuerza que aún mantenía. Sabíamos que ya no estaba al cien por cien, pues años atrás le había dado un jamacuco del que nunca se recuperó del todo. Pero la sensación de energía contenida era casi física. En la primera cena que tuvimos en Cádiz, lo tuve enfrente y sentir su mirada era toda una experiencia. Sus ojos claros se introducían en tu cerebro, como si te sacase hasta tu último secreto. Pensaba en aquella mirada mucho más joven escudriñando a algún incauto defendiendo su proyecto de película. Tenía fama de persona difícil. La responsable de otro festival donde acudió previamente nos acojonó un poco, contándonos como lo habían tenido que cambiar de habitación y como la había liado parda. Pero aquí afortunadamente solo hubo pinceladas de su legendario mal carácter. De hecho, hubo un par de veces en que dijo que iba a tomárselo con filosofía. Al llegar al hotel mostró las uñas cuando le pidieron el DNI. Cuando en la primera cena vio un plato de gallo rebozado puso mala cara –luego supimos que como buen donostiarra era un gourmet- pero luego disfrutó. El momento más tenso ocurrió sin estar yo presente. En los días del homenaje el Cádiz estaba en las breves manos de Baldasano, ese tipo que salió en meses de allí por patas –y cuyo director deportivo era Vicente del Bosque, ignorante de las glorias que le reservaba el destino- y una de las cosas promocionales que hacían era dar camisetas firmadas por los jugadores a personalidades relevantes. Aprovechando que Querejeta era futbolero como buen ex jugador de la Real Sociedad que fue en sus años mozos, se hizo uno de estos actos. Fue en el hotel la mañana que se iba. Estaban los del Cádiz, algún concejal, pero el productor estaba desayunando y no tenía interés en acudir. Había que levantarlo de la mesa para recibir la camiseta y hacerse las fotos de rigor. Ante la presión empezó a malhumorarse, con lo que al final el homenaje podía emborronarse. Hasta que una compañera tuvo la feliz idea de decirle, “Elías, hombre, que la Real Sociedad ganó ayer fuera”. La invocación de su antiguo equipo fue mágica. Como decían en El secreto de sus ojos, un hombre puede cambiar de familia, de creencias, pero nunca de pasiones.




Este amor por el deporte no era pasajero. Lo recogí en Sevilla cuando llegó en AVE para llevarlo a Cádiz, y en el coche –conducía otro, obviamente-recordó como en sus tiempos de jugador vino a disputar un partido contra el Sevilla y marcó el gol de la victoria. El día de su homenaje alcancero, se jugaba una semifinal de baloncesto, no recuerdo si un mundial o un europeo, donde se hallaba la selección española, que había iniciado ya su etapa de gloria internacional. En el trayecto entre el hotel donde se alojaba la expedición y el Teatro Falla se paraba en cada bar para preguntar cómo iba y atisbar  algo en los televisores. Siempre me pregunté si alguno de aquellos parroquianos supo quien era aquel enérgico anciano vestido con un jersey verde en el cálido septiembre gaditano que irrumpía en el bar en busca de información “Oye, ¿tú sabes quién es Querejeta? ¿No era ese?”.  De hecho, como en aquel 2007 lo de los smartphones no estaba desarrollado, hubo que mandar a alguien a los bares aledaños al Falla a preguntar el desenlace del partido antes de iniciar la gala. Pero al final Elías Querejeta disfrutó, tanto que sacó a la alcaldesa a bailar cuando coincidieron en el escenario. Tantos afanes tuvieron su recompensa.


Querejeta innovó  en muchas cosas, sobre todo en tácticas para esquivar a la censura. Lo que hacía era meter en los guiones escenas señuelo que sabía iban a ser inevitablemente cortadas, con el objetivo de salvar las problemáticas que si eran fundamentales para la película en cuestión. En Cádiz nos contó una anécdota maravillosa que demuestra los límites del llamado “Nuevo Cine Español” de los 60 y de cómo el régimen se lo tomaba como una capa maquilladora. La recogí en el libro que escribí con motivo del 40 aniversario de Alcances. La caza estaba esperando el veredicto de madame la censura, y Saura y Querejeta andaban nerviosos. Tanto, que el productor acabó llamando a la casa de García Escudero, a la sazón Director General de Cinematografía –y futuro instructor del sumario del 23-F-. Este se hallaba almorzando y atendió al teléfono con indisimulado mal humor. “Si, Elías, habéis pasado la censura. Pero espero algún día me expliques que significa esta mierda de película”. Luego, estos mismos jerarcas la pasearon por el mundo y se fotografiaron con los premios que recogió. Las cosas no han cambiado mucho hoy en día.



No voy a hacer una glosa general de la figura de Elías Querejeta. Solo diré otro recuerdo personal de aquel Alcances 2007. Montamos una exposición con los carteles de las películas que había producido. Mirándolos, me di cuenta de lo cojo que se hubiera quedado el cine español sin el productor donostiarra. Allí estaban los afiches de La caza, La prima Angélica, Cría cuervos, El espíritu de la colmena, El sur, El desencanto, Tasio, Los lunes al sol, etc. Imagínense nuestra historia fílmica sin estas y otras muchas obras. Y sin su talento para descubrir talentos. De hecho, el homenaje tuvo la virtud de que conociéramos a un director brasileño que había trabajado para él y pronto empezaría una asombrosa carrera con sus cortos Apuntes sobre el otro y Una historia para los Modlins. Sergio Oksman inició así su relación con Alcances que le ha llevado hasta la fecha a ser jurado y ganar dos premios. Cuando el pasado febrero recogió su Goya por los Modlins, se lo dedicó especialmente. Fue como un homenaje prepóstumo en nombre de todos aquellos a los que su gran visión lanzó.




Y nada más. Solo decirles que pocas semanas después del Homenaje se estrenó uno de sus últimos filmes, Siete mesas de billar francés, dirigida por su hija Gracia. La película estaba dedicada a todo su equipo, gran parte del cual había estado en Alcances. Sus nombres figuraban al final, y sentí una punzadita al saber que durante un fin de semana yo había acariciado ese mundo.


sábado, 25 de mayo de 2013

Lo bello y lo siniestro

"Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar". Rainer María Rilke



El título de este post hace referencia al clásico estudio que el desaparecido filósofo catalán Eugenio Trías dedicó al film Vértigo  de Hitchcock, que todos los cinéfilos y hitchcockianos hemos devorado. Se me ocurre en una de estas disgresiones tan caras a este blog y a mi persona que en el futuro no habrá brillantes pensadores como Trías, capaz de unir en sus cerebros la estética, la mitología y el cine. Y es que nuestros nuevos planes de estudio, esos que equiparan a nivel académico el saberse las valencias químicas con las acientíficas multiplicaciones de panes y peces han relegado a la Filosofía a una optativa. Competitivos en las cajas de los supermercados y en los bares sirviendo calamares fritos a guiris, porque otra cosa…

Volviendo al tema, Trías defendía en su trabajo que lo bello y lo siniestro son dos categorías complementarias de la experiencia estética. Pero para él, lo siniestro debe estar velado, pues si aparece claramente destruye el efecto de la belleza. Pero esta tensión es la que produce el efecto de fascinación de la obra artística. Eso explicaría el término “inquietante” que tan afecto es a la crítica de cine cuando se enfrenta a algunas películas. Lógicamente, lo que les cuento es la tesis de Trías muy resumida, les aconsejo lean el libro, pues a pesar de su densidad conceptual es de fácil lectura y apasionante. Toda esta introducción viene a cuento de que hace dos fines de semana tuve ocasión de reflexionar y recordar Lo bello y lo siniestro. Me escape a Madrid a ver la exposición sobre Dalí organizada por el Museo Reina Sofía y por esas coincidencias que hace a veces la vida por la tarde me llegué a ver en impecable VO Stoker. Dos citas que me hicieron enfrentarme de nuevo a la cuestión de que esconde en realidad la belleza (otra digresión. Volviendo a lo que hablábamos en el post de Málaga, allí me di cuenta de la crisis de los espectadores en las salas. Los fines de semana, la calle Martín de Los Heros, donde están los cines en versión original, eran un hervidero, con colas que se alargaban en las calles desde las cuatro de la tarde. Ahora es un desierto, llegas a cualquier hora y no hay problemas en las entradas para salas medio vacías).

Siempre me atrajo mucho la pintura de Salvador Dalí, su colorido, su imaginación, a pesar de que el sujeto se las traía. Buñuel decía, son sin algo de la mala leche que quedo entre ellos, que cuando llego a Madrid era un niño tan protegido que no sabía cruzar una calle solo. Como todos los tímidos que lo superan, acabó siendo un ególatra y uno de los grandes autopublicistas del siglo XX. Más allá de las sombras del final de su larga carrera como el secuestro de su legado por su entorno y la dudosa autoría de sus cuadros –ahí hizo una pedorreta final cediéndolo todo en su testamento al estado-, su peor contribución fue devaluar el legado del surrealismo. En sus manos, uno de los movimientos culturales más perturbadores producidos por nuestra tortuosa especie se convirtió en una payasada, en una juerga para hacer reír a las clases medias congregadas ante uno de sus tótems indicativos, el televisor. Sus apariciones eran ya como las del gracioso de la pandilla que tiene que hacer su número en las reuniones sociales sí o sí.





A pesar de ello, el talento de Dalí es público y notorio, y queda de manifiesto en la expo del Reina Sofía, si bien de forma algo caótica y desordenada, todo hay que decirlo. Pero viendo en las salas su obra cronológicamente expuesta y la evolución de su estilo, tuve mi primer flash del libro de Trías. Y es que a medida que avanzaba, abriéndome paso entre las hordas de espectadores (se ve que el Reina ha caído también en el mito de la productividad y dejaba entrar a todos a cualquier hora, con lo que a veces parecía la Plaza de las Flores en Carnaval) empecé a tener una mala sensación. En los cuadros de Dalí, siempre hay un elemento realmente siniestro, como confirmando las tesis del difunto filósofo. Y se va intuyendo que tras esto había una mente realmente peligrosa. Las perfomances del pintor debían ser la válvula de escape para un histrionismo que de otro modo hubiese derivado en lo perverso. Trías tenía razón. Lo siniestro debe velarse, para tensionar, para disparar nuestra intuición de espectadores, incluso para alertarnos como habitantes del perro mundo ante las amenazas latentes que esconde nuestra sociedad. Creo que el cuadro que marcó el punto de inflexión en mi recorrido fue el siguiente:


Se llama La memoria de la mujer-niña y evidencia bien lo que digo. Si se fijan, abajo está la niña del título en actitud gozosa, pero a medida que vamos subiendo la mirada en la obra –un sentido ascensional del entendimiento muy onírico- todo se enrarece, hasta acabar en esas grotescas cabezas que se alejan por nuestra derecha. Ahí está la amenaza que se intenta conjurar con la presencia de lo bello. A lo mejor del mismo modo que las leyes sociales se idearon para intentar regular a la bestia paleolítica que todos seguimos llevando en los genes, la belleza se inventó para frenar que el arte de pase de rosca y lo terrible se apodere de nosotros y nuestro entendimiento. ¿Recuerdan lo que les dije en el post de King Kong sobre el muro que separaba en la isla a los nativos de la jungla donde campaba a sus anchas lo primitivo sin control? Pues algo así. Lo curioso es que el siniestro Dalí trabajo con otros dos colegas en dar gato por liebre. A uno ya lo conocemos de otro post, es el señor Hitchcock. Trabajaron juntos en la famosa escena onírica de Recuerda, que no satisfizo a ninguno de los dos. Dalí quería algo más radical, pero Hitch se asustó. En el vídeo adjunto, se intuye la causa del fracaso de la escena. No hay más que ver cómo va vestida la chica que Gregory Peck califica de “semidesnuda” para comprobar porque aquello no podía salir bien.




El otro siniestro es más curioso, pues fue el mismísimo Walt Disney, uno de los sujetos más paranoides del siglo XX. Niño frustrado, ultraderechista, megalómano, despótico como un sultán otomano y que usó sus aparentes inocuas películas para dar salida a un mundo interior oscuro como él solo. Les recomiendo a este particular la novela  El americano perfecto, de Peter Stephan Jung, de reciente traducción española.  En 1945 empezaron a trabajar juntos en el cortometraje Destino, pero la producción se abandonó por los problemas financieros del estudio de Mickey, aunque hace diez años los herederos del tío Walt lo rescataron y terminaron según el plan original. Estas piezas, así como Un perro andaluz y La edad de oro, forman parte de la exposición (otra digresión: se nota que estamos en el territorio Wert: La audioguía previene a los que se acerquen a Un perro andaluz que puede herir su sensibilidad. ¿A estas alturas? ¿Sensibilidad por el ojo cortado o por los curas arrastrados tras el piano? También la audioguía dice que Lorca y Dalí mantuvieron una “compleja e intensa relación” sin atreverse a pronunciar la palabra que empieza por H acaba por D y tiene una X en medio. Y me chocó también que en la sección dedicada a Mi vida secreta, su autobiografía publicada en 1942, no se hiciera mención al problema con Buñuel. Y es que en ese libro el pintor acuso al cineasta de comunista, reventándole su carrera en Estados Unidos y rompiendo su amistad para siempre. Pinceladas también siniestras).



Y tras Dalí, por la tarde en los desolados cines, Stoker. Dirigida por Park chan-wook, cineasta coreano que debuta en Estados Unidos demostrando que no tiene mucho interés en trotar tras el Oscar con esta película perversa como ella sola. Lo más sorprendente es que esta historia tenía todas las papeletas para ser un thriller juvenil con psicópata (psicópatas) pero Park le ha dado la vuelta. Tal vez conozcan el film que le lanzó internacionalmente hará unos 10 años, Old Boy, otra retorcida historia esta vez sobre la venganza. Stoker trata de temas típicos de cierto tipo de cine familiar, como la maduración y las relaciones padres hijos, pero de forma poco convencional ¿Qué pasa cuando el crecer implica aceptarte a ti mismo como algo terrible? El  mensaje arquetípico de “se tu mismo” ¿tiene vigencia cuando tu verdadera naturaleza es la de un asesino? ¿Qué hay del discurso de la maternidad y del amor filial cuando tu hijo puede ser un anormal? Esto junto con otras perlas, como maduraciones sexuales poco ortodoxas, hacen de este film algo siniestro. Pero también bello. Como en otra demostración de la tesis de Trías, Stoker está filmado con una estética preciosista, de cuentecito, pero con planos desequilibrantes en tanto en cuenta como en los cuadros de Dalí hay extraños puntos de fuga conceptual que demuestran que detrás de tanto caramelo se esconde algo tremebundo. Sólo que en la película acaba estallando. ¿Hasta qué punto puede mantenerse esta tensión?

http://www.youtube.com/watch?v=qNmOtuz5Nus (otro youtube capado para la incrustación).


Los artistas no pueden dar solución a estos enigmas, pero uno cree que las tesis de Eugenio Trías están en consonancia con lo que es nuestra sociedad actual. Dalí innovó en tapar lo siniestro no solo con su arte, sino también con sus pomposas apariciones públicas. Fue un avance de lo que nos esperaba con la televisión basura y nuestra hiperespectacularizada realidad en la que los gritos y los aplausos esconden una realidad cada vez más siniestra y a la que la belleza no puede dar ya freno. Algo que encantaría a Dalí, autor del método crítico-paranoico. (Digresión final. Para paranoico Madrid. Policías en cada punto clave de la geografía urbana porque presuponen motines,  hoteles donde te piden al entrar una tarjeta de crédito porque presuponen que te vas a ir sin pagar, todos los establecimientos mirando los billetes al dedillo porque presuponen que les vas a estafar. Una triste España, paranoica pero sin crítica).



domingo, 5 de mayo de 2013

Hoy debería estar en Madrid


Hoy empieza Documenta Madrid y por primera vez en ocho años no voy. Cuando hace dos semanas me despedía en Málaga de la gente sentimos algo extraño, pues lo ordinario hubiese sido decirnos “nos vemos en unos días en Madrid” y este año no. En 2006, mi primer año en Alcances, acudí a este festival. Entonces uno era como un agente de seguros, intentando vender el proyecto y que queríamos contar en el circuito. Antonio Delgado, fundador y director del  Documenta, me dio una impresión curiosa. Si ustedes tienen en mente que los directores de festivales con como sabios decimonónicos, olvídense. En la gala de inauguración proyectaron un documental que el hijo de Buñuel hizo sobre Calanda en los años 60. La gracia estaba en que cuando salía la legendaria tamborrada del Viernes Santo, apareció en escena un grupo (cofradía, creo que las llaman allí) que la tocó en directo, en paralelo a las imágenes. En un  momento dado sacaron a Antonio y se puso a llevar el compás con un tambor. Entre el público, pensé que vaya festival era ese en el que el director era capaz de hacer esas cosas.

Fue el inicio de una gran amistad. Con el tiempo descubrí que Antonio era capaz de eso y mucho más por sacar el Documenta adelante. Desde trajearse como un ejecutivo para hablar con alguna autoridad hasta irse a China. En 2009 me hizo el honor de ser jurado de su festival y pude observarle más de cerca.  Se desvivía por Documenta, se quedaba sin comer, hacía el pino puente si era necesario. El secreto era una vitalidad inagotable, que le llevaba en sus vacaciones a viajar como un mochilero de 20 años por el mundo y a tragarse horas de autobuses infames, sin usar nunca su condición de alto cargo en el área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid para pedir privilegios. Viajes de donde volvía cargado de películas, libros y su gran pasión, cómics. Se mimetizaba con el entorno. Recuerdo que en 2007 fue jurado nuestro, y cuando íbamos todos al restaurante donde entonces se celebraban las deliberaciones, empezó a explicarle a sus compañeros el Cádiz antiguo, donde estaba el Manteca, etc. Se ganó el dudoso honor de ser citado en el libro que escribí sobre el 40 aniversario de Alcances.

Pero aparte de su persona irrepetible e intransferible, Antonio hizo del Documenta un espacio mítico. En mi formación no reglada como programador de festivales fue crucial conocer este evento madrileño. Por la gente que conocí, que en algunos casos ha superado el funcional estado de “contactos” para pasar al de amigos, por acceder a sus mastodónticas pero completísimas proyecciones, que me permitió pulirme como programador, por las experiencias vividas allí, por aquel mítico jurado del que formé parte. Si Alcances es lo que es hoy en día, es en gran medida por haber podido formar parte estos años de la pandilla del Documenta, que me permitió saber por dónde iban los tiros en esto del documental moderno, y donde había que poner el ojo. Documenta forma parte de mi memoria personal tanto como profesional, pleno de momentos que se perderán como lágrimas en la lluvia. Va en paralelo con otro festival que adquiere las mismas proporciones legendarias, L’Alternativa de Barcelona, que ha sufrido este año la retirada de Margarita Maguregui, que lo deja por propia iniciativa. Alguien que también ha influido en mi pensamiento festivalero profundamente, y del algún día les haré una semblanza.

El año pasado Antonio fue vilmente destituido del Documenta. De acuerdo que nada es eterno, y los cargos cambian, pero en su caso fue una destitución humillante y vergonzosa. Cayó no por motivos objetivos, sino por la depuración de cargos en el Ayuntamiento madrileño tras la marcha de Gallardón a quitarse la careta de moderado en el gobierno. Primero putearon la edición 2012 del Festival a unos niveles demenciales y una vez vieron que a pesar de todo salió lo echaron por burofax, con un segurata acompañándole en su despacho para ver que sacaba y demás accesorias. Es increíble el desprecio que los nuevos ejecutivos, tanto públicos como privados, sienten hacía unos trabajadores que tratan como material gaseable. Lo viví de cerca en la reciente masacre laboral del Grupo Joly. Hace poco supe de un caso en que una trabajadora fue despedida mientras estaba en urgencias por un problema de su madre. Hasta allí llegó un ejecutivo que le exigió el teléfono y el portátil de empresa in situ. Creo que si estos directivos en vez de vivir ahora hubiesen vivido en la Alemania de los años 30, estarían en los libros de Historia como criminales de guerra. La mentalidad la tienen.

Todo el esfuerzo, entusiasmo, profesionalidad, y trabajo de Antonio solo le han servido para ir al paro más flagrante y a tiempos difíciles, de los que espero sinceramente salga pronto, pues un talento como el suyo no debe desperdiciarse. Hoy empieza el nuevo Documenta, más diluido, seguramente válido, pero ya no será igual. Hoy debería estar en Madrid, perdiéndome como todos los años la tarta que hace mi hermana por el día de la Madre, pero no, ya no. Qué responsabilidad para los que seguimos vivos en esto de los festivales. No tenemos que hacer nuestra labor sólo por nuestros eventos, sino también por todos aquellos que han caído en el camino, para vindicarlo de algún modo. Va por ti, Antonio.


(De nuevo no me deja incrustar este youtube, sorry)

miércoles, 1 de mayo de 2013

Reflexiones malagueñas


La semana pasada estuve unos días en el Festival de Málaga, ese del que todos rajamos pero al que acabamos acudiendo los del gremio. El viaje estuvo marcado por dos proyecciones de amigos, Proyecto Mágico de la conjunción malagueña-gaditana (o gaditana-malagueña, como prefieran) el primer día de mi estancia y Una mujer sin sombra, con fotografía y sonido de los amigos Pedro Sara y Antonio Labajo el último. Entremedias, cortos por un tubo para la sección que hacemos en Alcances en verano previo al festival, cine y amistad, que de eso nunca se está ahíto. Este viaje al evento malagueño me inducen a una serie de reflexiones sobre el estado de nuestro sector peliculero que quiero compartir con ustedes.

EL FESTIVAL. En Realidad, Málaga son varios festivales en uno. Está el del Teatro Cervantes, que agrupa a la Sección Oficial a concurso, con toda su retahíla de famoseo, coches oficiales, posados ante fotógrafos, seguratas –demasiados- y demás parafernalia de lo que mucha gente entiende que debe ser un festival. El de la sección documental, más relajado, y que este año resultó ser más divertido para el que suscribe, al estar gente más en la línea de lo que hacemos en Alcances. El de los cortos, un poco infame, ya que les han dejado un salón de actos dónde se enchufa un dvd como sala de proyección. Y eso que no pisé otras secciones, como Territorio Latinoamericano o Zonazine, que seguro tienen sus propias especificidades. Cada programador parece ser un virrey en su terreno y tiene manga ancha. Los públicos y los invitados no se mezclan, son como reinos de taifas. Esto impide que haya una sensación de globalidad en el festival a la hora de afrontar la cuestión siempre resbalosa del cine español. Pero se nota que están cayendo festivales y eventos cinematográficos a tuti plen. El número de acreditados este año fue espectacular, y de un perfil que no solía acudir a Málaga. Cada vez hay menos sitio para reunirse y hacer contactos.



LA INDUSTRIA. Es la zona noble del Festival, pero se da una paradoja. Para empezar, Málaga vive de la gran falacia de que nuestro cine todos los años es capaz de dar unas diez películas para hacer una sección competitiva de calidad. Entre las limitaciones propias y el hundimiento de los rodajes por la crisis, hubo este año que cubrir el expediente con preestrenos. Casi todas las que pasaron tienen ya fecha de estreno (dos, Combustión y Ayer no termina nunca ya están en salas). Los cinco filmes del concurso que vi ya tenían su cortinilla de la distribuidora. La pregunta es si merece la pena montar un festival para potenciar películas que no lo necesitan, que ya están lanzadas comercialmente. Se supone que estos eventos deberían tener un contenido más cultural, atender a ese cine interesante, arriesgado e independiente que no encuentra salida y darle una oportunidad. Así, las estrellas no se toman en serio mucho me temo Málaga, es una oportunidad de promoción y si cae algún premio que pueda atraer público mejor que mejor. Pero no es el objetivo. Además, en estos tiempos estos filmes viven según un modelo comercial en fase de extinción. En Málaga se presentó el demoledor informe de la Federación de Productores, que manifestaba el estado de la cuestión. Hasta abril, la taquilla de películas españolas ha caído un 13’12% respecto al mismo período del año anterior. Los rodajes han bajado un 48% respecto a 2011. En 2012 echaron el cierre unas 142 salas en España. En abril del presente año, las cifras globales de taquilla cayeron un 45’2% respecto a los cuatro primeros meses de 2012. Es decir, que apostar por la clásica explotación comercial de arrasar en una salas cada vez más disminuidas con un público en franco retroceso, luego pasar al mercado del DVD que también se ha hundido y terminar en unas televisiones que cada vez invierten menos en el cine, es un contrasentido. Pero daba la impresión de que los presentes en Málaga no se daban cuenta y seguían anclados en el mundo feliz de hace diez años. Esto nos lleva a otra cuestión.


DESCONCIERTO. No sólo industrial, sino temático. El ejemplo señero de esta edición malagueña fue Combustión. Una descerebrada película llena de delincuentes de alto standing, carreras ilegales con coches de lujo y chicas buenorras que te echan un polvo en la primera esquina a mano. Además de que tiene un guión que provocó risas en el pase para acreditados del Festival, hay que preguntarse para que público está pensado este film. Como dijo el gran periodista malagueño Pablo Bujalance, en una magnifica crónica sobre el tema que les enlazó aquí, pues merece la pena leerla, ¿qué se piensa esta gente que es el público español? Además, me parece un fallo estratégico terrible pues Combustión parece estar centrada en gente tipo Forocoches, pero estos son los que desertaron hace tiempo de los cines y se lo gestionan todo por internet. Es el caso de otro film que no estuvo en Málaga – se estrenó una semana antes-, Alacrán enamorado, otro guión de chichinabo con una gran técnica, como Combustión, pero vacío. Fallan completamente las estrategias de público, pues se ve que nadie piensa en cómo atraer a los espectadores de forma inteligente a las pocas salas que van quedando. Pero este desconcierto no atañe sólo a la parte más comercial, sino que se extiende a lo ideológico. Se tiene la idea de que el cine español es un nido de rojos, pero los filmes vistos en Málaga mostraron un curioso reccionarismo que  se apoderó de las tramas. Combustión es un alegato neocon que parece defender que si eres listo aunque seas un chorizo y traiciones a tu novia tienes derecho a ganar y llevarte al huerto a Adriana Ugarte. Somos gente honrada es como un extraño regulador social que dice que por muy aperreado que estés no te salgas del camino establecido, que igual luego acabas haciendo escraches a los peperos. Hasta Gracia Querejeta, hija del zar Elías, presentó un confuso film en el que hay que salvar a los blancos con talento aunque caigan inmigrantes que son unos macarras. Empero, para desconcierto el del ministro Wert, que tuvo la humorada de acudir a la inauguración del festival de un cine español que está desmantelando paso a paso. Pero los presentes a su llegada al Cervantes no se desconcertaron, brindándole una sonora pitada.



SOLUCIONES. De seguir la cosa así, el Festival de Málaga, al menos en su parte noble, morirá de pura consunción. Tal vez sea el momento de abandonar una industria decadente y centrarse en las nuevas vías de distribución, en internet y las crecientes plataformas digitales, que permiten ver cine por mucho menos dinero que una entrada a las salas convencionales. En Málaga se vieron dos trabajos que demuestran que sus directores se están poniendo las pilas y se dedican al Low Cost fílmico. Isabel Coixet rueda en prácticamente una localización y dos actores Ayer no termina nunca –lástima que el film resultante sea una exasperante pedantería- y Mariano Barroso vuelve con una película con pocos actores, encabezados por un Eduard Fernández que se sale del todo y un grupo de actrices que no se amilanan, y también pocos decorados (se llama Todas las mujeres, y para no ser tan negativo es muy divertida, pasarán un buen rato con ella). Hay que pensar que fenómenos como Lo imposible sólo hay uno cada década y es más realista ir al pequeño formato.



ALTA FILMS Todo lo anterior se resume en el caso de la posible desaparición –aún no se ha consumado y las quejas de su jefe, Enrique González Macho, suenan más a maniobra para llamar la atención- de Alta Films. Es un tema que hay que matizar mucho. Alta Films no distribuye tanto cine de autor, pues cadenas como Golem se encargan de que lleguen Haneke y compañía (y es estimulante que en estos tiempos difíciles haya gente que se arriesgue creando nuevas distribuidoras para el cine independiente, como Surtsey, Good u otras). González Macho es productor y más bien usaba su red de cines para estrenar sus películas y otras españolas. De hecho, en los cines que tenía fuera de Madrid, que han cerrado todos, nunca exhibía en VO, como muy bien saben mis amigos de Zaragoza, con lo cual poca ayuda era para el cine de autor. Es el actual presidente de la Academia española, y hace dos años largó un decepcionante discurso en la gala de los Goya sobre que internet era el futuro lejano, sin darse cuenta de que ya está aquí. Y fue el que se enfadó con Paco León cuando le propuso lanzar a lo grande Carmina o revienta en salas y se encontró con la negativa del sevillano, que prefirió los nuevos canales de distribución, con bastante acierto. O sea, que el problema de Alta no es tanto de ivazo y demás sino de que sigue –seguía- aferrada a un modelo de exhibición que ya no es viable dándole la espalda a todo lo nuevo. A lo mejor, mientras esta generación que no quiere o sabe dejar los viejos caminos periclitados siga al mando del cine español no habrá salida. Tal vez cuando se quieran dar cuenta sea demasiado tarde.


miércoles, 17 de abril de 2013

Esquizofrenia cinematográfica




Entre las muertes de ilustres veteranos del cine que nos vienen asolando desde hace meses, se ha filtrado la de alguien más joven pero que según parece llevaba tiempo enfermo, aunque eso no le impedía estar trabajando en su nuevo proyecto. Aún así, José Juan Bigas Luna, conocido para la posteridad por sus apellidos, se nos fue a primeros de este mes de primavera, siendo para muchos un shock, como si nos quitarán algo generacional. Cuando mi quinta, a los que bastantes de mis lectores pertenecen como me consta, empezó a tener uso de razón, Sara Montiel ya parecía antigua, pero Bigas Luna desarrolló su carrera a medida que íbamos creciendo y –se supone- madurando y su temprana muerte ha sido como si se fuese uno al que no le tocaba todavía. Al fin y al cabo solo era tres años mayor que Almodóvar, que no le parece un viejo a nadie en absoluto. Y ahora que caigo, toda la generación hollywoodense que nos deslumbró en los 70 y redefinió para los restos el cine industrial, también está en esa franja de edad. Uf. Tempus fugit.

Para mí, Bigas Luna era uno de los grandes esquizofrénicos del cine contemporáneo, capaz de lo mejor y lo peor, hasta hacernos dudar de si era la misma persona la que estaba orquestando tras la cámara. Otro de esos grandes esquizos serían Gus Van Sant, que pasa de hacer blockbusters enfocados sin disimulo a los Oscars (El indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester, Mi nombre es Harvey Milk) a propuestas tan áridas y tan poco populares como la gran Elephant o Last Days. En medio de esta barahúnda tuvo tiempo para hacer una de las operaciones más insensatas del cine actual, como fue el remake presuntamente plano a plano de Psicosis. De hecho, este próximo viernes Van Sant estrena uno de los filmes industriales pertenecientes al primer nivel citado de su doble personalidad, Tierra prometida, con su amigo Matt Damon metido en follones medio ambientales, que eso da puntos para los Oscars. En este bloque de esquizos entre la comercialidad y la “expresión personal” –dos términos no necesariamente antitéticos como demuestra Clint Eastwood por ejemplo- debería figurar Steven Soderbergh, de no ser porque se ha autoexpulsado al vérsele demasiado el plumero. Tras debutar hace casi un cuarto de siglo con la sobrevaloradísima Sexo, mentiras, y cintas de video, Soderbergh jugó muy bien sus cartas para venderse como un alma en pena indie atrapada en un cuerpo hollywoodense. Pero sus últimos filmes, como son Contagion, Magic Mike y Efectos secundarios, que sigue en cartel y vi hace una semana, han demostrado que el rey está desnudo, y que su estilo pretendidamente “moerno” no tapa unas tramas de lo más convencionales que podían haber firmado cualquier asalariado de los estudios. No es sorprendente que haya anunciado su retirada del cine, como un timador que ya sabe que su público lo ha calado demasiado y tiene que levantar el vuelo.



La trayectoria final de Bigas Luna se parecía más a la de Soderbergh que la de Van Sant. Su última gran película fue La camarera del Titanic en 1997, que sufrió el tener que ir en la estela del colosal Titanic de James Cameron. Una sorprendente filigrana sobre la verdad y la mentira, sobre la necesidad de mitos y de la reescritura mejorada de la propia existencia. A partir de ahí, el vacío. Tal vez es que Bigas Luna nunca se tomó demasiado en serio el cine entre sus muchos intereses. Yo siempre me malicié que en el fondo de su carrera acechaba su primitiva vocación de diseñador industrial e interiorista, que acabó comiéndoselo. Antes de empezar a rodar sus primeras obras, ganó algunos premios en estos cometidos. Y ya se sabe que en el fondo, para este sector de profesionales no importa tanto el contenido que como se presente éste ante el público. Así, el cineasta que hizo a finales de los 70 filmes tan radicales como Bilbao y Caniche, que aún asombran hoy en día por su osadía y por su capacidad de extraer de la sordidez humana más hiriente una forma de poesía fétida, acabó su carrera hace tres años con la banalidad de Didí Hollywood, donde la pericia técnica no enmascaraba el producto de diseño al servicio de alguien tan emblemático de los desnaturalizados tiempos que vivimos como Elsa Pataky. A lo mejor, sin pretenderlo, Bigas Luna –otro detalle de diseño publicitario firmar con sus apellidos como marca comercial- se convirtió en la metáfora de este torturado país llamado España. En la época de la Transición, radical y agresivo, al final integrado en el sistema potenciando a las Elsas Patakys de turno, de las que tanto abundan en nuestra vida nacional, y no sólo en el cine precisamente. O tal vez no sea una metáfora exacta del país, sino de la clase social que supo aprovechar aquellos años para medrar y convertirse en gente guapa, perdiendo todo contacto con la realidad.



A lo mejor el problema era que el cineasta había optado por ser un director “mediterráneo”, lo que nos lleva a un curioso problema reflexivo. Me pregunto por qué cuando se habla de la cultura del Mare Nostrum siempre se habla de la gastronomía, del sexo, del vino y las playas soleadas, y nunca de la tragedia griega, del fatalismo de unos pueblos tan acostumbrados a que la Historia les pase por encima que se lo echan todo a la espalda, etc. Pocos reparan en que esa presunta alegría de los pueblos mediterráneos enmascara una resignación existencial de primer orden. A lo mejor por esta identificación, el primer filme de Bigas fue Tatuaje, adaptación de la novela de otro que cayó en la etiquetita de creador “mediterráneo”, Vázquez Montalbán. Luego lo intentó mezclando comida y sexo en algunos de sus peores filmes, exceptuando Jamón, jamón, en el que además lanzó a la pareja Penélope Cruz-Javier Bardem. Bámbola y Son de mar, sobre la novela de Manuel Vicent, son sendos cantos a la anatomía de sus protagonistas femeninas, pero como películas son dos desastres. Hay que hacer especial hincapié en Las edades de Lulú, según la obra de Almudena Grandes. Y es que esta película de 1990 marca el camino de no retorno en la carrera de Bigas Luna. Es una pretendida y escandalosa película erótica que solo puede molestar a beatas sin remisión. Lo que era pura morbosidad en sus primeras obras aquí se convierte en puro sexo de diseño, sin alma. Es lo que abundaría en la obra del cineasta desde entonces, exceptuando La teta y la luna, Jamón, jamón y La camarera del Titanic (y siendo justos algunos pasajes de Yo soy la Juani). El resto es silencio. Y es curioso que Las edades de Lulú sea de 1990, como cerrando una década donde Bigas tuvo bastante intuición y ambición. Fueron los años de su apertura internacional rodando en inglés (con las interesantes Renacer y Angustia) o pudo mantener el espíritu de sus primeras obras con Lola. Fue como un señalado año puente en su carrera.



            Permítanme cerrar estas líneas con un recuerdo personal. Uno de los últimos trabajos de Bigas Luna fue encargarse del espectáculo de El Plata, mítico cabaret golfo zaragozano. Tras unos años cerrado se reabrió pero la contratación de nuestro desaparecido cineasta como director artístico demostraba en principio una ambición de no volver a los tiempos de las cupletistas buscándose pulgas. Mis buenos amigos de Zaragoza Marian y Manuel, a los que saludo porque seguramente están viendo este programa ahora, me llevaron. Fue una experiencia triste, además de que la cerveza estaba a 5’50 euracos. El espectáculo era una muestra del descafeinado concepto erótico tipo Las edades de Lulú, con bailarines y bailarinas carnaza de gimnasio y coreografías tipo José Luis Moreno, con letras trasnochadas (“fontanero, búscame el agujero”, etc.) y demás horrores. Lo peor era el público, lleno de pensionistas –dichosos ellos que gozan de pensiones- que debían a estas alturas hacer el primer acto trasgresor de sus vidas. No terminé de verlo, me fui en un descanso y pensando en la decadencia de Bigas Luna. Lástima que la muerte no le haya permitido dar un giro a su vida y reencontrarse con sus orígenes.