lunes, 7 de enero de 2013

Las guerras del siglo XXI



                Las guerras del siglo XXI son secretas y fuera de la vista de todos. Adiós a los despliegues de uniformes tipo Waterloo, a las cargas de caballería al estilo Balaclava, a obras maestras de la logística como el desembarco de Normandía. Olvidémonos de los que ganan medallas asaltando nidos de ametralladoras o eliminando blindados con sus propias manos. El cine nos está acostumbrando a los nuevos campos de batalla. Una sala hiperinformatizada, llena de pantallas de todo pelaje, donde un grupo de uniformados asiste vía satélite a una representación macabra: un comando especial de fuerzas de élite atacando en breves minutos una posición, con un objetivo muy concreto, de forma quirúrgica. Nada de preparación artillera ni de bombardeos aéreos masivos para reblandecer el objetivo antes de mandar a la fiel infantería. Son batallas clandestinas, hechas en petit comité y con el menor jaleo posible. Otra cosa a la que nos está acostumbrando el cine, ese gran maestro sea de forma clara sea leyendo entre líneas, es que entre estos uniformados que asisten a la matanza de forma distante, con el desapego emocional que da una trasmisión vía satélite, se halla algún civil con pinta de ser un periodista que se ha colado para hacer un repor. Pero no, es en realidad el cerebro de todo esto, un agente de inteligencia que con su tesón ha descubierto el objetivo y tiene derecho a asistir al desenlace. Napoleón y los grandes caudillos militares deben estar revolviéndose en sus tumbas. ¿Se imaginan a Alejandro Magno sentado ante un televisor viendo cómo un grupo selecto de su falange macedónica asesina a Darío en su palacio y luego se va en helicóptero a desayunar en Atenas?

De una de las grandes batallas de las guerras del siglo XXI como fue la localización y muerte de Osama Bin Laden habla la última película de Kathryn Bigelow, tras ganar el Oscar por En tierra hostil. Esta operación fue un buen ejemplo de lo que digo. Tras la Segunda Guerra Mundial, la obsesión de los vencedores era llevar ante la justicia a los criminales de guerra y airear sus horrores. Los israelíes secuestraron a Eichmann en Argentina y lo juzgaron públicamente (luego prefirieron el asesinato selectivo como nos contó Spielberg en Munich, anticipándose a las nuevos tiempos bélicos) pero el supervillano de este siglo, Bin Laden fue muerto en su refugió pakistaní. Uno piensa que igual se le podría haber hecho un Eichmann y sacarle primero toda la información cuantiosa que sin duda poseía al ser el jefe de todo esto en Al Quaeda, o haberle montado un proceso estrella en Nueva York, pero no. Además, ya hemos dicho que las nuevas guerras son secretas, y ni siquiera vimos el cadáver. 

Cuando la CIA y los bolivianos mataron al Che Guevara se publicaron inmediatamente fotos del difunto para que todos lo tuviésemos claro. Claro que eran los años donde la televisión metía en todos los hogares la guerra de Vietnam, no como ahora, que la productora del Pentágono pasa a los medios las imágenes controladas de los conflictos. Sabemos que Bin Laden murió porque ese chico tan carismático que acaba de ser reelegido presidente de su país y que queda tan mono frente a sus rivales republicanos, que parecen todos vendedores de seguros, dijo un día que lo habían matado. Y punto pelota. No vamos a discutirle al Nobel de la Paz más prematuro de la Historia.

                Oirán por ahí que Bigelow ha hecho una película ambigua y crítica con el sistema, pero no se lo crean. No del todo al menos. Al film le protege cara a la progresía el que los poderes USA que dirigen las guerras del siglo XXI se han molestado bastante, no tanto porqué salgan imágenes de presos torturados en las cárceles secretas de la CIA, sino porque alguien se ha ido de la lengua y ha contado demasiadas cosas clasificadas de cómo ocurrió todo. Aunque lo parezca, la directora no critica, sino que va justificándolo todo. Viendo La noche más oscura, no nos parece tan mal la tortura al comprobar que consigue resultados, se dejan caer sutiles críticas a la administración Obama tipo “desde que anularon los programas de interrogatorios todo va más lento” y unas cuantas más de estas. Otros trucos vienen del propio cine, como las traiciones de los terroristas, y soltar que las agentes de la CIA muertas dejan tres hijos, o comprobar la atribulada vida de los guerreros del nuevo orden encerrados en las embajadas de los países hostiles. También oirán por ahí que es la historia de una obsesión destructora, la de la agente interpretada por Jessica Chastain por cazar a Bin Laden. El cansino plano final que se está poniendo de moda en cierto tipo de películas mostrando la cara del o de la protagonista en plan “¿Qué voy a hacer con mi vida ahora que he logrado mi objetivo de años?” apoya esta idea, pero no. La noche más oscura (inciso: el título original es Zero Dark Thirty, con lo que debe haber entre los traductores españoles insospechados amantes de la poesía de San Juan de la Cruz) es, en el fondo, un típico film de ciudadana enfrentándose a una insensible burocracia que al final demuestra tener razón. Además tiene un problema añadido. A los que hayan visto la serie Homeland no les cogerá de sorpresa la trama ni las guerras del siglo XXI. Incluso hay algún momento en que parece que va a aparecer por allí a la bipolar y brillante agente Carrie Mathison, a la que el personaje de Jessica Chastain acaba pareciéndose peligrosamente.

                Y sin embargo, La noche más oscura no es un film despreciable por como Bigelow (protagonista de otra guerra del siglo XXI: muchos siguen asombrándose de que una mujer haga este tipo de películas tan “masculinas” en vez de adaptar El tiempo entre costuras) lo narra. Es seco y preciso, casi un film de los que en el género negro se llaman Procedural, o sea que nos muestra el procedimiento seco y desnudo. Como en la gran The Wire vemos que el trabajo de investigación es lento, aburrido, con muchas pistas falsas y en el que la suerte juega más de lo parece en lograr resultados. Y la culminación final, con la meticulosa, tensa y detallada reconstrucción del asalto a la casa de Bin Laden, es sencillamente magistral, asegurándose casi el Oscar de este año al mejor montaje. Es un nuevo ejemplo del estilo del nuevo orden hollywoodense, metérnosla doblada y a pesar de ello disfrutar de buen cine.


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