sábado, 12 de enero de 2013

Sí es tiempo de miseria


                Mi gran amigo LJ hace tiempo montó un espectáculo teatral llamado No es tiempo de miseria. Pues ahora podría recuperarlo llamándolo de otro modo. Sí es tiempo de miseria. Lo peor de que la economía vaya mal –o que las élites la estén saboteando deliberadamente para forrarse, que no lo tengo claro- no es que los bolsillos se vacíen y que haya que pensarse seriamente gastarse los euros en una simple cerveza con los amigos. Lo verdaderamente triste es la miseria moral que conlleva un sistema intrínsecamente perverso al derrapar. Cuando las cosas vienen mal dadas vemos un triste desfile, paralelo al de los parados. Lo forman los arribistas, los aprovechados, los supervivientes profesionales, los que miran hacia otro lado cuando compañeros suyos de muchos años son despedidos, los que tienen que tragarse sus pasados progresistas – o así lo creyeron muchos- en aras de seguir formando parte del pelotón de los listos, etc. Las listas del INEM cuantifican los que no trabajan, pero a este tipo de miseria no hay estadística que la recoja. Como tampoco se pude reducir a un diagrama la tristeza y el abatimiento que se apodera de una sociedad estafada y a la que hicieron creerse capitanes del barco cuando en realidad nunca pasaron de grumetes.

                Es por ello que asomarse ahora al universo que Víctor Hugo –hijo del mariscal napoleónico que inició el asedio a Cádiz por cierto- plasmó en su novela Los miserables es curioso. Aquí el término “universo” es más que un recurso tópico del articulismo ilustrado, ya que como buena narración decimonónica es un relato complejo. Cuando tantos escritores actuales hacen pasar por novelas un puñado de páginas con letra de gran cuerpo y un interlineado que ni los estudiantes más tramposos hacen en sus trabajos para cumplir con la cuota de folios exigida, volver a los clásicos del XIX es toda una experiencia. La historia del desdichado Jean Valjean y su implacable persecución por el legalista Javert tiene como telón de fondo la Francia de la primera mitad del XIX. Hugo publicó su novela en los años 60 de aquel siglo y ya sabía los efectos perniciosos de la Revolución Industrial. Aquí están los desposeídos, gente que como Fantine podían ser despedidos por la cara, sin indemnizaciones ni paro (que por cierto, Valjean será muy bueno, pero como buen patrón capitalista la echa sin inmutarse, aunque luego intente enmendarlo). Gente sin sanidad pública ni ninguna perspectiva que no sea el trabajo esclavo. Y minorías ilustradas que intentan sacudirse el yugo de una policía represiva y al servicio de los patronos. Los que leímos la novela en la juventud, época que se devoraban estos tochos en horas, nos consolábamos pensando que aquel era un mundo remoto. Pero mira por donde, está volviendo a ser real, para nuestro estupor. Todo aquello que nos protegía de aquellos miserables está desapareciendo, y los fantasmas del arroyo son reales. Es como la perversa inversión de la serie Cuéntame. Cuando empezó ambientada en el tardofranquismo era una historia del pasado. Ahora que ha llegado a 1981, con la consolidación de la democracia, la movida madrileña, la libertad sexual y demás, comprobamos atónitos que ha vuelto a ser… una historia del pasado.

                En los felices 80, cuando Los miserables era sólo una novela decimonónica y no la profecía de una distopía del siglo XXI, unos visionarios productores teatrales franceses produjeron un musical sobre la obra que no tuvo mucho éxito. Pero entre sus espectadores se hallaba otro teatrero no menos visionario, Cameron Mackintosh, que la compró, la cambió y la estrenó en 1985. Desde entonces se ha representado ininterrumpidamente, se ha traducido a 21 lenguas y la han visto más de 60 millones de espectadores. Tuve la ocasión de verla en su montaje madrileño de hace unos años, protagonizada por ese monstruo que es Gerónimo Rauch. Lo hacía tan bien que ahora es el Valjean del eterno montaje londinense. Ahora se ha estrenado la película, que aunque ha tardado estaba en el pensamiento de Mackintosh desde el principio. La vi hace un par de días, con retraso sobre su fecha de llegada a los cines. Y no porque no me guste, sino por todo lo contrario. Admiro profundamente esta obra casi operística, y tenía demasiado en mente la representación madrileña. Los que conocemos el musical sabemos que es una partitura más que exigente, que necesita cantantes de nivel. En otras obras del género basta con canturrear para dar el pego, pero aquí no. Para colmo de males, estas navidades recién pasadas el citado amigo LJ y señora (sí, el mismo de No es tiempo de miseria, como se cierran los círculos) tuvieron a bien regalarme el DVD del concierto del 25 aniversario del musical, que es otro prodigio vocal. De ahí mi resistencia creo que comprensible a meterme dos horas y media en un cine a ver a un grupo de actores, competentes sin duda en lo suyo, pero que sabía que no iban a estar a la altura canora.

                Pues el resultado fue peor del esperado. Claro que toda la culpa no es del elenco, sino del director. Los que sospechamos tras la eficaz pero sobrevalorada El discurso del rey que Tom Hopper era un artesano que valía lo que sus guiones nos vemos fortalecidos en nuestra duda. De acuerdo en que Los miserables es un musical muy teatral y estático para el cine, pero ¿no había otra estrategia que ese montaje histérico, como si tuviese miedo de pararse y aburrir, combinado con unos primeros planos inamovibles como el I Dreamed a Dream de Anne Hathaway (aunque este planazo la ha puesto sin duda en el camino de un Oscar al que ya es candidata), creando un peligroso desequilibrio narrativo? ¿No había otro camino que esos lentes deformantes que nos retrotraen a las peores pesadillas fotográficas del cine setentero? ¿Eran necesarias esas tomas espectaculares donde canta el ordenador para intentar dar profundidad cinematográfica? Pero lo peor es que el temor previo se cumple. El reparto está más que bien como actores, en algún caso sobresaliente, como Russell Crowe, que da magníficamente la tensión moral del legalista Javert. Pero como cantantes… en especial Russell Crowe, que tira por la borda su gran trabajo actoral con un canturreo más que triste. Si notan que Samantha Barks, que da vida a Éponine, está a años luz de los demás, es por una sencilla razón: ha hecho el papel en teatro. ¿No hubiera sido mejor dejarse de estrellas taquilleras y apostar por los profesionales del tema curtidos en las tablas? Esto hace que la película sea aburrida, pues se notan demasiado las costuras de un musical cuando precisamente falla en eso: en la parte musical. Además, la versión española es más marciana pues incurre en hábitos que parecían desterrados, como doblar las partes habladas y dejar las canciones en original, con lo que nos van cambiando las voces cada dos minutos.

Si alguien que ha visto la película cree que exagero, les dejo con unos vídeos. Los dos primeros son una comparativa, con el primer encuentro entre Javert y Valjean en el film y en el concierto del 25 aniversario, para apoyar mis argumentos. El tercero es una letra que deberíamos ir aprendiéndonos si el tiempo de miseria sigue empeorando.




4 comentarios:

  1. Como siempre insuperable.

    La Sra. de L.J.

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  2. Visto que el azahar se ha cebado sobre el último link...

    Aquí otro subtitulado. A parti del min 5.30

    do you hear the people sing subtitulado español
    http://www.youtube.com/watch?v=eSZK38_oFQI

    Granpost!

    -teclitas-

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  3. Bueno, parece que los dos vídeos del concierto han sido suprimidos por Copyright, pero ha tenido que ser ayer, pues cuando los busqué funcionaban. A lo mejor este humilde blog ha tenido tanto éxito que ha propiciado el cierre. Gracias a los dos por vuestro apoyo.

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  4. Uh.

    Supongo que acabaré yendo a verla, aunque los musicales no sean mi preferencia (quitando "Los productores", quizás).

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