Más tarde o más temprano
me tenía que topar con Hannah Arendt. Los que me conocen saben de mi interés
por la Segunda Guerra Mundial y por sus derivados, el nazismo, el stalinismo,
la lucha de las democracias, etc. Supongo que esta fijación empezaría en la
infancia viendo los filmes sobre este confuso período en el que los boys de
Oklahoma se imponían sobre torticeros alemanes y fanáticos japoneses. Por
supuesto, el crucial papel de los soviéticos en la destrucción de la maquinaria
hitleriana se obviaba por gentileza de la Guerra Fría. Este punto militarista infantil
se matizó con la edad, cuando uno se dio cuenta de que aquel conflicto fue
mucho más que Errol Flynn ganando la guerra con una sola mano, como se burlaban
sus contemporáneos. La fascinación por los desembarcos se trasmutó en interés
por saber como una sociedad puede llegar a ese conflicto, o a dejar que gente
como Stalin o Hitler impongan sus reinados de terror. Y en el punto de vista
humano y social, las consecuencias morales de un gran drama donde la
supervivencia y la cobardía, la abnegación y el valor, las decisiones que
tenemos que tomar en momentos extremos y que condicionan nuestro futuro y
nuestra percepción de nosotros mismos, nos marcan para siempre. El caso es que
anoche volví a reencontrarme con Hannah Arendt al ver la película que le ha
dedicado Margarethe Von Trotta, y esto ha derivado en este post.
Así que era inevitable mi
descubrimiento de la señora Hannah Arendt, de la que sabía tenía un libro
mítico, Eichmann en Jerusalén, que
hace unos años fue publicado en versión bolsillo y compré inmediatamente solo
verlo en un expositor. Arendt fue una judía alemana nacida en 1906 que desde
niña mostró una gran voracidad por la Filosofía. Se cuenta que a los 14 años se
había leído la Crítica de la razón pura
de Kant. Con estos antecedentes no es extraño que fuese a la universidad a
estudiar esta materia, donde tuvo a profesores tan principales como Heidegger –con
el que tuvo una relación sentimental-y Jaspers. Tras doctorarse, la llegada del
nazismo la obligó a marcharse, primero a Francia, y luego a Estados Unidos,
donde acabaría nacionalizándose. Esta nueva diáspora judía motivada por el
hitlerismo la llevo a reflexionar sobre la cuestión del antisemitismo, que
centró su actividad. Fruto de ello, y tras una larga elaboración publicó su
fundamental ensayo Los orígenes del
totalitarismo en 1951. Es una densa obra –al fin y al cabo la formación de
Hannah Arendt era de la rigurosa escuela filosófica alemana- donde desarrollaba
innovadoras teorías que vinculaban el ascenso del racismo a partir del siglo
XIX a la hipertrofia del capitalismo y del imperialismo, que degeneraban en los
movimientos nacionalistas y de defensa de la pureza racial. Hasta este libro,
se consideraba que el racismo y el nacionalismo, que suelen ir unidos, eran
muestras de mentalidades medievales, pero Hannah Arendt defendía que por el
contrario era un sentimiento moderno, derivado de la desestructuración social
que derivaban de los modos de producción capitalistas. El impacto de este libro le procuró una plaza
de profesora en una universidad estadounidense.
Pero la gran fama de la
filósofa –aunque a ella no le gustaba que la identificasen como tal, se veía
más como una socióloga- empezaría en mayo de 1960, cuando un comando del
temible Mossad israelí localizó y secuestró en Argentina a Adolf Eichmann, uno
de los criminales nazis más buscados. Trasladado al estado hebreo, fue juzgado
al año siguiente en un proceso eterno y sentenciado a muerte, siendo ahorcado
dos años después de su detención. Arendt se acreditó por la revista New Yorker para asistir al juicio de
Eichmann en Jerusalén. Sus jefes esperaban una serie de artículos
periodísticos, pero ella hizo otro denso trabajo que luego sería publicado como
libro bajo el título Eichmann en
Jerusalén. Fue una obra polémica por varias razones. Para empezar, los que
esperaban ver a un monstruo quedaron bastante decepcionados. Eichmann era un
hombrecillo con más pinta de empleado bancario pillado con un descuadre de
cuentas que un genocida. La puesta en escena del proceso ayudó. El acusado se
escudaba ras unas gafas y un anodino traje de los domingos y el verlo encerrado
en una jaula de cristal antibalas ayudó a rebajar la sensación de que allí
había un criminal. Youtube está lleno de vídeos sobre el juicio, incluso
sesiones enteras, aunque por desgracia no encuentro nada subtitulado al
castellano. Al final de este párrafo incrusto uno para que se hagan una idea de
cómo fue el proceso, aunque si tienen dos horas y no les importa el tema de los
idiomas, lo mejor es ver el excelente documental de montaje que Rony Brauman y Eyal Sivan realizaron sobre el asunto. Eichmann se escudó en el consabido “yo
cumplía órdenes”, cantinela habitual en los nazis juzgados, pero Hannah se dio
cuenta de que en su caso podía ser verdad. El procesado era lo que se llama un
cuadro medio, no era uno de los grandes líderes como los que se sentaron en
Nüremberg, pero era alguien sin el que toda la maquinaria del Holocausto no
hubiera funcionado. No pasó de ser un teniente coronel de las SS, pero se ocupó
de toda la parte logística de la matanza. Eichmann y sus subordinados eran los
que se ocupaban de los “recursos humanos”, de hacer las listas de los judíos
presentes y ausentes en las zonas que se habían decidido “limpiar” y eran los
que organizaban los transportes de la muerte. Otros tomaban en Berlín las “decisiones
intelectuales”, pero el departamento de Eichmann se encargaba de hacerlas
prácticas. En su libro, Hannah Arendt defendía que podía ser cierto que el
hombrecillo en la jaula de cristal podía cumplir órdenes y no tener un interés
especial en matar judíos. Tal vez ni siquiera era antisemita, como defendía en
su juicio. Simplemente, era un eficaz burócrata que le tocó eso como podía
haberle tocado supervisar la producción de carbón.
Esta tesis era muy
escandalosa en su época, más expresada por una judía, ya que rompía el consenso
sobre la maldad intrínseca del nazismo, vistos todos como los personajes
caricaturescos de las películas de Hollywood, sádicos y pidiendo su ración de
sangre hebrea en cada fotograma. La idea de que los autores del holocausto ni
siquiera tenían una manía especial a sus víctimas era intolerable para lo que
empezaba a ser los que Daniel Filkenstein llamaría “La industria del Holocausto”.
Además, era rebajar la importancia del judaísmo. Si los autores de las matanzas
eras simplemente eficientes burócratas que hacían lo que tocaba y no furibundos
antisemitas, el factor específicamente hebreo no jugaba un papel tan
importante. A un estado siempre en entredicho y rodeado de enemigos como el de
Israel le venía –y le viene-muy bien la teoría del odio secular a su pueblo
para mantener sus políticas. Sin embargo, esta polémica impidió ver lo
inquietante de la formulación de la teoría de Hannah Arendt. En las sociedades
actuales, es factible un proceso de despersonalización tal de las decisiones
que la responsabilidad se pierde. Eichmann defendío en su proceso que él no
tenía nada que ver con el Holocausto porque su papel era hacer las antilistas
de Schindler y meterlos en los trenes, lo que le pasaba a los “viajeros” una
vez llegados a su destino no era asunto suyo. La especialización de los cometidos
hace que siempre se pueda echar la culpa a otro. La creación de capas
intermedias entre el que toma la decisión y el que la ejecuta hace que se
difumine todo y que la gente se sienta psicológicamente liberada de culpa al
estar en estructuras complejas. Eichmann es un genocida, pero nunca mató a
nadie personalmente. Las decisiones las toma “Berlín”, el “gobierno”, los “mercados”,
“Hacienda”, la “Casa Blanca”,etc, pero nunca nadie con nombres y apellidos. El
espíritu de los hombres grises tipo Eichmann sigue viviendo hoy en día. En el
jefe de recursos humanos que cumple órdenes de la “empresa” y ejecuta los despidos, en el empleado de
Banca que clava a un anciano analfabeto una preferente porque “la directiva” lo
quiere, en el funcionario que trabaja en un plan de recortes sociales porque el
“gobierno”, los “mercados” y “Bruselas” lo exigen. Seguro que ninguno de estos
tiene nada contra sus objetivos, pero hay que hacerlo porque toca. Esto es más
terrorífico que las barbaridades motivadas por la ideología. Un sistema
demencial y antihumano servido por gente despersonalizada.
Todo esto lo sintetizo
Hannah Arendt en una frase que hizo fortuna, la banalidad del mal. Para
ejecutar canalladas sociales no hace falta Hannibal Lecter, sino Adolf
Eichmann, gente gris dispuesta a hacer lo que haga falta sin motivaciones
personales ni especial odio. El doctor Lecter siempre sería un asesino en
cualquier circunstancia, pero los Eichmann podrían vivir toda su vida sin
romper un plato si las circunstancias de la vida no les pusiesen en ese brete.
De hecho, es sorprendente como muchos criminales de guerra nazis menores
escaparon de la justicia de la posguerra y luego llevaron una vida
absolutamente anodina, sin ningún tipo de violencia, que deberían haber
ejercido si hubiesen sido unos psicópatas como pretendían los judíos. La
enfermedad estaba en los sistemas, no en los individuos. Eichmann en Jerusalén fue polémico por otras cuestiones. La autora
sacó a colación el papel de los judíos europeos en su propia destrucción y
contaba el dudoso papel de los consejos judíos, una buena muestra de la
perversión nazi para con sus víctimas. En la fase de los ghettos, estos
consejos eran como un órgano de autogobierno y un intermediario con las
autoridades alemanas, pero fueron una fuente de corrupción. Sus integrantes
pensaban que salvarían la vida si colaboraban con sus verdugos y dejaban caer a
sus compatriotas. Además, muchos aceptaron sobornos de sus vecinos para que les
dejasen fuera de las listas. Al final, estos consejos lo único que consiguieron
es ser los últimos en ser deportados al campo de exterminio correspondiente. El
que la filósofa lo sacase a la luz era otra ruptura del consenso judío como
corderitos inocentes y le generó muchas enemistades. Por cierto, que al
escribir esto me acuerdo de ciertos despidos recientes que me tocaron muy de
cerca. También hubo un equivalente al consejo judío que creyeron librarse con sus maniobras. Temo que serán los
últimos en ir a la cola del INEM.
Curiosamente, sus
correligionarios no supieron darle la sal en un aspecto en donde sí estuvo de
acuerdo con ellos, como era la legitimidad del estado de Israel para juzgar a
Eichmann. Muchos la cuestionaban, ya que el país no existía en la época del
Holocausto, además de arrogarse una defensa de la judeidad universal que no era
universalmente compartida ni por toda la comunidad hebrea. No dejaba de ser
discutible que un país formado por las víctimas y sus herederos juzgasen a sus
verdugos. Es como si un hijo juzgase al asesino de su padre, algo inadmisible
en cualquier derecho que se precie. A pesar de su eterna duración, todos tenían
claro que el juicio a Eichmann era una farsa, un acto propagandístico pues la
sentencia estaba ya firmada de antemano (a ver quién era el valiente que lo iba
a dejar libre por un defecto de forma, tendría que haber vuelto a la diáspora),
por no hablar del expediente del secuestro en Argentina. Pero ni siquiera en
esto la filósofa estuvo de acuerdo con los suyos, pues criticó que en el juicio
de Jerusalén e hiciese hincapié en que era un delito contra la comunidad judía
y no contra la humanidad en general, como se había hecho en Nüremberg. De
hecho, el proceso de Eichmann fue clave en considerar que el gran crimen del
nazismo era el perpetrado contra los judíos obviando a otras grandes víctimas del
hitlerismo. Gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, y sobre todo, los
eslavos, que murieron a millones, y eran blanco de exterminio igual que los
hebreos, quedaron preteridos hasta tiempos recientes, en que los historiadores
revisionistas están poniendo las cosas en su lugar. El que los eslavos
estuviesen cuarenta años al otro lado del Telón de Acero no ayudó a su causa.
Admiro el libro de
Hannah Arendt –de hecho la escritura de este post me están provocando unas
ganas irresistibles de releerlo- y creo que puso el dedo en la llaga del
peligro de la despersonalización de las estructuras modernas, a las que el
neocapitalismo salvaje está llevando a su siniestra perfección. Pero
personalmente, creo que subestimó varias cosas. Si ven la foto de Eichmann en
su momento de gloria que acompaña a este párrafo, verán una chulería y
arrogancia impropias de un hombrecillo, en la firmeza de la mirada y la determinación que muestran los
labios apretados. El Eichmann que Jonathan Little pergeñó en su sobrevalorada
novela Las benévolas va en esa línea.
Y hay algo que rompe la figura de Eichmann como un probo funcionario, como fue
el caso de los judíos húngaros. Al final de la guerra, cuando ya estaba claro
que Alemania la había perdido, con los soviéticos acercándose a Budapest, el
teniente coronel de las SS puso un empeño excesivo en llevarse a los judíos
húngaros a sus destinos letales. Incluso usó su autoridad para parar los
vitales trenes militares y dejar las vías libres para sus transportes de la
muerte. Mucho protagonismo para un hombre gris. Incluso viendo las grabaciones
del juicio de Jerusalén, a veces su mirada adquiere una curiosa dureza, como si
dentro durmiese una fiera. A lo mejor los hombres grises mientras dura su
momento de poder se transmutan y aparece algo que desaparece con la
circunstancia que les impulsa.
Lo que si me queda
claro, y no es por pasión alcancera, es que el documental es mejor que la
ficción. Lo mejor de la película de Von Trotta que ha motivado este post son
las imágenes reales del juicio de Eichmann, que se ve los israelíes han
conservado como oro en paño. Ellas dan la fuerza a un film que parece un
telefilme de sobremesa y desaprovecha las potencialidades de la historia. La
banalidad del cine mediocre.
Qué magnífica Arendt; qué vigente su pensamiento, tan independiente, original y un rasgo que me atrajo enseguida: su estilo fragmentario.
ResponderEliminarTuve que leer su La condición humana(1958)en la Facu y fue inolvidable. Me quedé con la idea de que la acción política es siempre la posibilidad de comenzar algo nuevo y es el presupuesto de la aparición de lo público, y la responsabilidad que conlleva.
Afortunadamente, mientras haya gente que piense por su cuenta, que sea capaz de desobedecer, que se pregunte por qué lo evidente es tan evidente y desconfíe, ahí está, entre otros Arendt. Un abrazo.
Es un gustazo leerlo, Maese Alcancero. Hay frases que he recortado para mi coelcción, con eso se lo digo todo.
ResponderEliminarHe tardado porque estaba de congreso fuera y a la vuelta he tenido que hacer de bombero variado. Solo hoy he podido trincar con calma el (más que post) artículo.
Thanks.
¿Póker, el fin de semana?
Pues sí, Guiomar, me gustaría ver como se las compondría Arendt en una sociedad como la actual, con tanto intelectual orgánico y apesebrado del medio de comunicación que le paga. El pensamiento independiente nunca ha sido fiable, se puede volver en contra de cualquiera.
ResponderEliminarGracias, Microalgo por la cita, ya he visto el honor de que me haya citado en la zona fótica con gente tan principal. Y por mí, el finde si podría acercarme al tapete verde, que estamos ya desentrenaditos.
Maese MIranda, acualice, que nos tiene Usted abandonados.
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